lunes, 21 de enero de 2013

Auto-psia

 por Hernán Niño Cuello

Nuevo día en el empleo (según él) más feo y más lindo del mundo, a menos diez grados centígrados un cuerpo humano puede pasar días sin descomponerse, empleo feo decía la gente y sus amigos, a él le divertía no tener jefes insoportables, compañeros pesados o aguantar los vericuetos de tal o cual compañera que se peleo con su decimo noviecito en lo que va del mes. De no ser por el diálogo directo con la parca, el lugar parecía hermoso, bien parecía una cámara, solo que en vez de quesos rancios había cuerpos rancios; quizás los menos diez afectaban la percepción sentimental de este ser, hoy tenía que develar el hermoso misterio de si la adolescente la había matado su novio o se quito la vida con una cuerda, su hipótesis se basaba sobre todo en las marcas de dedos alrededor del cuello.
De vez en cuando tenía la visita de algún que otro ángel gris, niño descalzo o señor altísimo, él sabía que el Tanatos toma miles de formas, y de algún loco modo su presencia le hacía sentir seguro, sonreía porque sabía que más allá, algo seguía.
Trabajar tan cerca de la muerte te hace compañero de ella, casi íntimo, según él, una tarde lluviosa (cuando no tenia clientes) la de la guadaña le quiso regalar la inmortalidad pero él le contesto que sería totalmente tedioso, la cercanía o lejanía de la propia muerte hace despertar o fallecer los sueños, y sin sueños no se puede caminar, esto hizo enojar a la bella rubia que por un tiempo prolongado no se paseo con su vestido de novia por los pasillos helados.
Llega un cuerpo, cambia la rutinaria mañana, se cree que se murió ahogado; fíjate, le gritaba un médico mientras acomodaba el cuerpo en la camilla metálica. El control ocular de siempre hacia sospechar un deceso traumático, busca el bisturí y practica una incisión que va desde la aorta hasta el vientre, en dos, cual pollo por asar se divide el cuerpo; lo que más llamó la atención era el tamaño de su corazón, casi el doble de un humano promedio, esto merece especial atención, calculó y comprendió que la investigación empezaría por el ventrículo izquierdo, pone play al grabador de mano y oralmente prosigue a comentar lo que sus ojos atónitos van descubriendo.
Un corazón enorme pero totalmente desolado, vacío, ¡vacío! Hurgando en el hombre /entrar al corazón, cada mujer, cada ser se había ido llevando un mueble, un artilugio, un objeto del lugar, una lámpara, hasta dejarlo vacío, desolado, recordaba con vehemencia y añoranza los tiempos remotos donde era una habitación bellísima de tapices floreados, cama de acero al cromo níquel, cuadros pintados por él y una biblioteca llena de historias para contar.
Pobre hombre, sentenció el doctor, un corazón inmenso y totalmente desértico, tanto en potencia y tan poco en acción.
Dicen que cada ser que pasa por nuestras vidas se lleva un pedazo de nuestra alma, dicen también que eso que se llevan, naturalmente, se regenera… ¿será que esta vez no?
El médico cierra como muñeco de trapo al difunto y se centra en su mirada, en sus ojos, en su boca, en pequeños gestos, la oreja derecha que le falta un pedazo, los ojos de aceituna verde, esa amplia sonrisa, esos gestos tan toscos y reos … ¡Soy yo! -Grito espantado y horrorizado a la vez- ¡Soy yo la puta madre!...
Quizás la parca había entablado “demasiada” amistad con él.
Quizás uno se da cuenta de que no está hasta que puede verse a sí mismo.
Quizás el resultado de la autopsia era cierto…
Murió ahogado, ahogado en lágrimas.

lunes, 14 de enero de 2013

Detrás del espejo




por GUILLERMO YAÑEZ
Nos acecha el cristal. Si entre las cuatro
paredes de la alcoba hay un espejo,
ya no estoy solo. Hay otro. Hay el reflejo
que arma en el alba un sigiloso teatro.

Borges

Refugio lleno de magia, sabiduría,
que en su esplendor emitirá una escena.
Cálida, armónica, que te arrincona
situándote en una locación real o de utopía.

Ya no estás solo, aunque te des la vuelta
y detrás de ti solo viento pase.
Siempre tu sombra con vos.
Siempre fiel.

Por más nublado sin cesar  te asienta.
Incansablemente la superpones a tu suela
de noche luminosa o a oscuras.
Nunca solo estarás.
Será el karma, el tarot, el destino,
o lo que se considera filosofía de vida,
pero lo que no podrás controlar
ni manejar será tu hemisferio derecho.


viernes, 11 de enero de 2013

El ermitaño


por Golondrina

Dicen que se ha vuelto loco, dicen que hace muchos años que no pronuncia palabra. Vive solo. Apartado del mundo. Los que suelen ir a visitarlo, lo hacen por curiosidad, no comprenden la manera en que vive, no comprenden sus silencios y tampoco su mirada. Prudencio es un hombre que vivió mucho tiempo en la capital, trabajó incansablemente, dueño de una sobresaliente inteligencia, obtenía cada cosa que se proponía y había logrado forjar un gran imperio. No existía nada que no tuviera: vida social, viajes, autos, casas, departamentos, cantidad de amigos, objetos de todo tipo, clase y color.
¡Qué feliz debe ser!, se escuchaba por donde sea que él pasara. Sin embargo, su sonrisa, sus ojos, no decían lo mismo. Esa tarde iba en viaje a una reunión importante en el sur de su país, un desperfecto en el avión, hizo que el mismo terminara cayendo en medio de una isla. Era virgen. Ningún hombre había puesto sus pies allí. Los demás tripulantes murieron. Quedó únicamente él.  Tenía provisiones, las suficientes para sobrevivir unos veinte días. Totalmente incomunicado. Solo, acompañado por el cantar de aves desconocidas y vegetación que nunca había visto en su vida.  Así, emprendió el viaje. El último viaje que haría, sublime viaje que no tiene, ni tendrá, precio en el mercado.
 Los primeros días no conseguía dormir, había tenido que enterrar los cuerpos con sus propias manos; con la ayuda de una  pequeña pala improvisada que  había creado con una parte del ala de la aeronave. A fines de la primera  semana, la sensación de soledad era asfixiante, le provocaba vómitos, dormía casi todo el tiempo en el pedazo de avión que había quedado. Tiempo, ya no tenía noción del tiempo. Debía reconocerlo, no estaba acostumbrado a eso, para nada, se dio cuenta que extrañaba demasiado su cama, su habitación, las comodidades de su casa, cosas banales y superfluas. El peine, su afeitadora, su ropa elegante e impecable, sus zapatos de diseños italianos… pensó en todo eso y se asustó, le provocó un poco de asco y por décima tercera vez vomitó. La segunda semana, ya dormía menos y había formado una choza como las que solía hacer cuando era niño, con sus primos y amigos del barrio a los que probablemente hiciera una década que no veía. Construyéndola, revivió cada segundo, con una sonrisa en su rostro que ningún negocio acertado le había logrado sacar. Recordó a Robinson Crusoe, pobre hombre;  después reflexionó: ¡al contrario! dichoso de él que supo  despeñarse en las tareas que impone la soledad, con nada más a su alcance que la imaginación.
Muchas sensaciones se apoderaron de su cuerpo, de su psique, de su alma, de su espíritu o de lo que fuera que formara parte de su ser en esos días. Había una sensación que predominaba sobre todas las demás, la que tuvo desde el primer día en que despertó en la isla y era la de un par de ojos que lo observaban. Lo miraban sin cesar, lo podía sentir, y la piel se le erizaba porque no conseguía deshacerse de ellos ni un segundo. Ese par de ojos lo hostigaban. ¿De qué color serían? ¿a quién pertenecían? ¿qué pretendían de su conducta?. No lo sabía. La única certeza que reinaba era que lo miraban hiciera lo que hiciera.
La tercer semana, había conseguido comprender los diálogos de las pájaros y sabía que se daban casi siempre un rato antes de caer el sol, luego dormirían para dejar cantar a los grillos y chicharras durante toda la noche. La canción de cuna preferida de las aves. Los víveres se estaban acabando y no sabía si lograrían encontrarlo. Trató de recordar los nombres de quienes lo acompañaban. No lo logró. Eran seis personas.
Ingería lentamente el último trozo de pan que le quedaba, se encomendó a Dios, al mismo Dios que nunca buscaba, al que nunca rezaba porque no lo precisaba. Lo tenía todo. Se encomendaba a Él, al mismo que abandonó creyéndose omnipotente. Ahí, se encontró frente a frente con  Él. Ahí, por primera vez, le vio los ojos a la miseria, al dolor y a la soledad. Por primera vez en su efímera existencia, se sintió minúsculo, se sintió nada y al mismo tiempo sintió que había comenzado el camino hacia la luz. Luz que nada material pudo ni podrá otorgarle jamás a ningún ser en este mundo. ¿Serían esos los ojos que lo miraban desde el primer día? ¿serían los ojos de la soledad? ¿los ojos de Dios? o ¿serían los ojos de la luz que lo estaba esperando?. Lo ignoraba. Era el momento de plantearse preguntas, era el momento de iniciar la búsqueda de respuestas. Respuestas que no se hallan en un balance anual y muchísimo menos en los números de Wall Street. Un revuelo de aves lo asustó, lo sacó de manera abrupta de sus pensamientos, del trance con ese ser superior que le hablaba en un lenguaje tan explÍcito y manifiesto como la propia naturaleza. Y un segundo después, oyó el ruido de un motor. Lo habían encontrado.
Retornó a su lugar. Regaló cada cosa. Quedó con lo puesto y viajó al interior a un pequeño pueblo, allí pasaba sus días. Rodeado de animales. En silencio. Su fiel compañero, un perro negro llamado Lobo era su guardián, lo protegía de turistas burlistas que de vez en cuando se acercaban a reírse de él.
Eran seis. Su perro, las seis calaveras (representantes de seis de los siete pecados capitales) eran su compañía. Él era el séptimo, pero su camino estaba iniciado y hacia la luz llevaría a los siete. Hacia la luz voy, susurró  y nunca más habló.