por Hernán Niño Cuello
Nuevo día en el empleo (según él) más feo
y más lindo del mundo, a menos diez grados centígrados un cuerpo humano puede
pasar días sin descomponerse, empleo feo decía la gente y sus amigos, a él le
divertía no tener jefes insoportables, compañeros pesados o aguantar los
vericuetos de tal o cual compañera que se peleo con su decimo noviecito en lo
que va del mes. De no ser por el diálogo directo con la parca, el lugar parecía
hermoso, bien parecía una cámara, solo que en vez de quesos rancios había
cuerpos rancios; quizás los menos diez afectaban la percepción sentimental de
este ser, hoy tenía que develar el hermoso misterio de si la adolescente la
había matado su novio o se quito la vida con una cuerda, su hipótesis se basaba
sobre todo en las marcas de dedos alrededor del cuello.
De vez en cuando tenía la visita de algún
que otro ángel gris, niño descalzo o señor altísimo, él sabía que el Tanatos
toma miles de formas, y de algún loco modo su presencia le hacía sentir seguro,
sonreía porque sabía que más allá, algo seguía.
Trabajar tan cerca de la muerte te hace
compañero de ella, casi íntimo, según él, una tarde lluviosa (cuando no tenia
clientes) la de la guadaña le quiso regalar la inmortalidad pero él le contesto
que sería totalmente tedioso, la cercanía o lejanía de la propia muerte hace
despertar o fallecer los sueños, y sin sueños no se puede caminar, esto hizo
enojar a la bella rubia que por un tiempo prolongado no se paseo con su vestido
de novia por los pasillos helados.
Llega un cuerpo, cambia la rutinaria
mañana, se cree que se murió ahogado; fíjate, le gritaba un médico mientras
acomodaba el cuerpo en la camilla metálica. El control ocular de siempre hacia
sospechar un deceso traumático, busca el bisturí y practica una incisión que va
desde la aorta hasta el vientre, en dos, cual pollo por asar se divide el
cuerpo; lo que más llamó la atención era el tamaño de su corazón, casi el doble
de un humano promedio, esto merece especial atención, calculó y comprendió que
la investigación empezaría por el ventrículo izquierdo, pone play al grabador
de mano y oralmente prosigue a comentar lo que sus ojos atónitos van
descubriendo.
Un corazón enorme pero totalmente
desolado, vacío, ¡vacío! Hurgando en el hombre /entrar al corazón, cada mujer,
cada ser se había ido llevando un mueble, un artilugio, un objeto del lugar,
una lámpara, hasta dejarlo vacío, desolado, recordaba con vehemencia y añoranza
los tiempos remotos donde era una habitación bellísima de tapices floreados,
cama de acero al cromo níquel, cuadros pintados por él y una biblioteca llena
de historias para contar.
Pobre hombre, sentenció el doctor, un
corazón inmenso y totalmente desértico, tanto en potencia y tan poco en acción.
Dicen que cada ser que pasa por nuestras
vidas se lleva un pedazo de nuestra alma, dicen también que eso que se llevan,
naturalmente, se regenera… ¿será que esta vez no?
El médico cierra como muñeco de trapo al
difunto y se centra en su mirada, en sus ojos, en su boca, en pequeños gestos,
la oreja derecha que le falta un pedazo, los ojos de aceituna verde, esa amplia
sonrisa, esos gestos tan toscos y reos … ¡Soy yo! -Grito espantado y
horrorizado a la vez- ¡Soy yo la puta madre!...
Quizás la parca había entablado “demasiada”
amistad con él.
Quizás uno se da cuenta de que no está
hasta que puede verse a sí mismo.
Quizás el resultado de la autopsia era
cierto…
Murió ahogado, ahogado en lágrimas.
